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viernes, 19 de octubre de 2018

Cuento: LUMPEN


LUMPEN

Cuando se instaló en el zaguán de casa era tan feo, tan ordinario, que ni siquiera supe cómo llamarlo. Largo y petiso, cuerpo ancho pero patas bien finitas terminadas en uñas afiladas, hocico corto y puntiagudo, con un colmillo siempre afuera y ojos chiquitos tirando a malvados. Su cuerpo, amarillento de pelo corto, la cabeza y las orejas marrones de pelo largo. Era el Frankenstein de los perros, parecía hecho con restos, hasta la cola la tenía rala como de comadreja. Igual me dio lástima y le puse comida y agua, con lo que me gané un inquilino que diez días más tarde seguía instalado y haciendo pis en mi zaguán. Zafó porque nunca llegó a hacer caca, que ahí lo revoleaba. Pero pensé que me vendría bien tener un guardián en la puerta. Pensé mal. Cuando entraba alguien ni se molestaba en correrse, menos aún en mirar y ladrar. Nada. Era tan inservible como feo. Al final lo bauticé Lumpen y el nombre le hacía justicia: era el más auténtico representante del lumpenaje canino. Una virtud tenía: era tan inútil como perro que ni siquiera me saltaba cuando llegaba. Eso me hubiera sido intolerable.
La cuestión es que quedó viviendo ahí y yo como una infeliz lavando el zaguán todos los días, pasando un trapo con perfumol para que el olor a pis no inundara la casa.
Un día de ésos que parece que no va a pasar nada, pasó algo sorprendente: tocaron timbre, me asomé y había tres tipos vestidos con monos naranja que se anunciaron como funcionarios de la Compañía del Gas. Dijeron que venían a controlar, que se había detectado una pérdida y no sé que otras cosas más. Abrí la puerta para dejarlos pasar pero Lumpen se paró, se puso en el mismo centro del zaguán gruñendo como una fiera. Con los pelos de la cabeza erizados, parecía un león furioso.
-Saque al perro, señorita -dijo uno de los tipos- por favor.
-A ver, Lumpen, movéte para que pasen los señores- le dije.
A lo mejor además de feo era sordo, porque no dio la menor señal de haberme oído. Uno de los tipos, un petiso que se ve que mandaba, amagó a pasar y Lumpen con una agilidad impensable, le saltó directo a la yugular y quedó ahí prendido. El tipo gritaba y se sacudía de lado a lado, los otros tironeaban del perro y era peor, tiraban más de la yugular que ya se había perforado y sangraba dejando mi zaguán a la miseria. ¡Y que griterío! Al final lo soltó, reculó y se echó cerca de la puerta como si na. Los tipos levantaron rápido al moribundo y se lo llevaron, ni vi para donde.
Pah, que momento, que tensión, ¡que sorpresa! ¿Qué locura le había dado a este perro? Sin saber qué otra cosa hacer, me metí para adentro y cerré la puerta con tranca. Me voy a preparar un té a ver si me calmo, pensé, y con eso en mente fui a la cocina a prender la jarra eléctrica. Mi cocina es mi lugar en la casa, tengo una mesa enorme y ahí hago todo -está mi máquina de coser y mis cosas de pintar- porque es muy soleada y luminosa. También están la tele y la radio. Yo soy más de la radio, que siempre está prendida. Justo en ese momento siento “…la banda naranja” y empiezo a prestar atención, pero ya tocaban una música rara. Había terminado la noticia y me quedé sin saber nada. De todos modos sentí que había corrido un gran peligro y Lumpen me había salvado. La palabra “banda” sugiere tantas cosas que mi imaginación volaba y casi que veía el copamiento, el asalto, la violación, hasta mi muerte ¿por qué no? Se me cayó un lagrimón y me nació un gesto de agradecimiento. Corté un pedazo de cuadril que había comprado para hacer milanesas y se lo llevé a Lumpen, que me miró con sus ojitos malignos y ni siquiera movió la cola. Se lo dejé ahí nomás.
A la mañana siguiente amanecí en el Hospital de Quemados. Parece que la chispa que hizo la llave del baño cuando prendí la luz, hizo explotar la casa que estaba llena de gas por una pérdida. Me salvé de milagro, con la mitad de mi cuerpo quemado y algunos huesos rotos. Dentro de tres meses cuando salga de acá, espero que ese perro inútil se haya ido a la mierda, pero por las dudas, voy a usar todo este tiempo para planear mi venganza.  

martes, 27 de noviembre de 2012


En los últimos años el 99% de los partos de los que supe, fueron por cesárea. Y el 1% parto natural, pero con epidural. De parto normal normal, no supe de ninguno. 

Esto por un lado limita la cantidad de niños a nacer, y su frecuencia, ya que la cesárea no permite mas de cuatro ni antes de un año. (a quien se le va a ocurrir tener mas de cuatro, si vas a necesitar  comprar una van con dos filas de asientos con sillitas adecuadas a cada edad...). Pero por lo visto es más cómodo para los médicos, para las madres y para todos, sino "alguien" estaría controlando la situación. Obvio que a veces será necesario, indudablemente, pero... siempre? por sistema?

Una vez escuché el cuento de un señor que quiso ayudar a un pichon de avestruz a nacer más rápido... parece que los pichones tardaban mucho tiempo rompiendo la cáscara del huevo para salir, y el señor decidió en cuanto sintió el primer picotazo desde adentro, que era mejor que él rompiera el huevo de una y el pollo saliera mas rápido. Pero como la madre Naturaleza no hace nada porque sí, resultó que el pichón necesitaba de ese esfuerzo por romper el huevo para desarrollar todo lo que luego necesitaría para vivir. El pollo nació rápido, pero fue débil y no sobrevivió.

Cada vez que escucho que hay niños ingobernables, que carecen de tolerancia a la frustración, que tienen problemas de conducta o todas esas cosas nuevas que tienen los niños modernos, pienso ... no les hemos dado la posibilidad de pelear ni para nacer; les dimos todo hecho. Ni siquiera les demostramos nuestra capacidad para el esfuerzo o el sufrimiento. 

Me encantaria que algun doc me hablara sobre esto...